Alimentos transculturales y su relación con el riesgo de aterosclerosis en adolescentes escolares
Abstract
La adolescencia es una etapa crucial en el desarrollo de la persona e implica múltiples cambios fisiológicos y psicológicos. Unos y otros influyen sobre las necesidades nutricionales y los hábitos alimentarios. La adolescencia se caracteriza por un intenso crecimiento y desarrollo, hasta el punto que se llega a alcanzar, en un periodo relativamente corto de tiempo, el 50% del peso corporal definitivo. A esto contribuye también el desarrollo sexual, el cual va a desencadenar importantes cambios en la composición corporal del individuo.(Bueno, 1996).
En estudios realizados en adolescentes tanto en España como en otros países de la Unión Europea se ha observado que, aunque los patrones culturales y de estilo de vida difieren de unas zonas a otras, los adolescentes presentan ciertas similitudes en los hábitos alimentarios. Así, es frecuente reducir u omitir el desayuno, presentar una baja ingesta de fruta, verdura, pescado y leguminosas, frecuente picoteo entre comidas con snacks generalmente ricos en carbohidratos refinados, grasa saturada y colesterol. La ingesta de fibra dietética, ácido fólico y hierro suele ser también menor que la recomendada. A todo lo cual se añade una especial sensibilidad frente a la imagen corporal (Wärnberg, et. al., 2008)
Otro de los problemas nutricionales característicos de la adolescencia es el inicio, en esta etapa de la vida, de hábitos que condicionan el desarrollo de factores de riesgo para enfermedades en la vida adulta. En este sentido particular importancia tienen las Enfermedades Cardiovasculares (EC) con sus múltiples y conocidos factores de riesgo (dislipidemia, hipertensión, tabaquismo, obesidad, sedentarismo, resistencia a la insulina/diabetes, etc). Las EC y en particular la cardiopatía isquémica constituyen la principal causa de muerte en España y en el resto de los países desarrollados. Existen suficientes evidencias que confirman la repercusión que la alimentación y el estilo de vida tienen sobre el desarrollo de cardiopatía isquémica y aterosclerosis, en particular si inciden sobre un substrato genético predisponente (Pérez, et. al., 1996; Garaulet, et. al., 1998; Delgado, et. al., 1996). Así, es sabido que la aterosclerosis comienza a desarrollarse en la edad infantil y una vez que el proceso se inicia, pueden transcurrir de 30 a 50 años antes de que aparezcan manifestaciones clínicas, siendo por ello muy importante identificar los factores de riesgo cardiovascular tan pronto como sea posible (OMS, 1990).
Aún más preocupante son los efectos de la rápida transición nutricional y la disminución de la actividad física en el mundo en desarrollo, donde están disparándose las tasas de enfermedades cardiovasculares y de obesidad en los países en desarrollo que en los desarrollados.